foto preto e branco de dezenas de mulheres com vendas pretas falando.

QUEMA EL MIEDO de LASTESIS

“Tenemos ira. Ira contra la opresión milenaria. Ira contra la impunidad histórica. Ira y miedo de ser agredidos, asesinados, olvidados”.


Lee el primer capítulo del libro-manifiesto “Quemando el miedo” del colectivo feminista chileno LASTESIS , conocido en 2019 por la performance “Un violador en tu camino” , replicado por mujeres de diferentes países.


LASTESIS
es un colectivo interdisciplinario de mujeres integrado por Daffne Valdés Vargas, Paula Cometa Stange, Lea Cáceres Díaz y Sibila Sotomayor Van Rysseghem. Los cuatro están en la lista de la revista Time de las 100 personas más influyentes por convertir su arte en una denuncia implacable de las injusticias del sexismo.

foto en color de cuatro mujeres blancas del colectivo lastesis con camisetas negras y overoles naranjas.



tapa 1.

“Nos roban todo, menos la ira”

La rabia, en el reino animal, puede transmitirse cuando un animal hunde sus dientes en el cuerpo de otro. El virus viaja desde donde ocurrió la lesión al cerebro. Primero, causa inflamación y luego la muerte. Pero a esta capacidad mortal inherente de propagar enfermedades incurables, podríamos agregar otro tipo de ira. Uno que ha estado sin cura durante siglos. Un sistema atávico y obsoleto que también ataca al cuerpo. Nuestros cuerpos. Nos hiere, nos inmoviliza y nos mata.

Tenemos ira. Rabia contra la opresión milenaria. Rabia contra la impunidad histórica. Ira y miedo de ser atacado, asesinado, olvidado.

El patriarcado late en las venas de los gobiernos y los poderosos, los medios de comunicación, la policía. Atraviesa los diferentes sectores socioeconómicos. Se infiltra en los tribunales de justicia. Pasa a la clandestinidad ―ya veces de manera tan visible― a través del Estado. Se convierte en la expresión de la furia de narcotraficantes y bandas centroamericanas que utilizan a la mujer como escudo y botín de venganza, nefasta tradición ancestral que perdura hasta nuestros días. Todo lo que toca el patriarcado se convierte en rabia.

Tenemos ira. Ira ante la constante invisibilidad de nuestros abusos. ¿Por qué casi todas las mujeres que conoces han sido abusadas y los hombres no conocen a un solo abusador? Porque no lo ven. Porque en tu privilegio nuestra sangre es invisible.

Cuando éramos niñas, nos tocaban muchas veces en la calle y vivíamos el acoso impune en nuestras propias carnes. Nos agarraron el trasero, frotaron nuestros penes en un autobús. Nos besaron a la fuerza. Nos degradaron. Fuimos abusadas cuando éramos niñas, jóvenes y luego adultas; borracho y sobrio. Una vez, mientras caminábamos por Valparaíso, un tipo salió del monte y gritó: “Te gusta que te metan en un hoyo. ¡Corre, perra! Y no había otra alternativa que correr. Y este acoso, que es invisible para muchos, lo vivimos todos los días sin poder denunciarlo.

Nuestro testimonio siempre está en duda, siempre es cuestionable, dudoso, nunca es suficiente. La presunción de inocencia socava nuestra verdad. La impunidad del abuso y la violación se normaliza y la constante revictimización es insoportable. Sin embargo , nos odian cuando salimos en masa a decirles que ya no toleramos su maltrato, violencia y tortura.

Cuando creamos 'Un violador en tu camino', recibimos muchas amenazas a través de las redes sociales digitales. Molestó, y la primera reacción de mucha gente fue defenderse con un “no todos somos así”. Algunos incluso decían: "¿Por qué me llaman violador si no lo soy?". Cuando evidentemente se trata de una puesta en escena, una actuación que apunta a una condena a la que estamos expuestos. Es una forma artística de decir que no estamos a salvo. Pero les cuesta ver, verse a sí mismos, deconstruirse. Saben que nadie se salva, o casi nadie. Tu padre o tu abuelo o tu hermano no se salvan. Tampoco el novio que dice ser “solidario” y te promete amor eterno. Tampoco el compañero de baladas que, si ahondas en su vida, encontrarás más de una historia de malos tratos en la que fue autor o cómplice de desprecio. Porque muchos han abusado de una mujer y/o una disidencia sexual de una forma u otra.

Hieren, castigan emocionalmente, minimizan, intentan explicar situaciones laborales o escolares a alguien como si fuera inferior. Perpetúan la brecha salarial. Se burlaron y negaron las subjetividades e identidades que no corresponden al binarismo patriarcal; como si el género se limitara sólo a hombres y mujeres. Abusaron de sus privilegios. Ellos violaron.

El patriarcado es un juez que nos juzga por nacer. Nacer con o sin vulva, nacer disidente en el más amplio y en el más pequeño de los sentidos, nos vincula fatalmente a la brutalidad. Todo lo que toca el patriarcado se convierte en brutalidad. Y sabemos que pueden seguir inventando formas aún más crueles de matarnos.

Lucía Pérez, una joven argentina de 16 años que fue violada, empalada, drogada y torturada hasta la muerte, se enteró. La Justicia condenó a los acusados ​​de su asesinato solo por venta de drogas y descartó cualquier agresión sexual por su parte.

Jesica Tejeda se enteró cuando tenía 34 años. Juan César Augusto Huaripata, su pareja, la mató de 30 puñaladas en Rosales, Perú. Pero no solo Jesica lo sabía, sino todo su vecindario, pues cuando fueron a pedir ayuda a la comisaría, que estaba a solo 200 metros, la policía tardó una hora en llegar. Asesinaron a Jesica y también a su hijo de 15 años. El feminicida prendió fuego a la casa para intentar borrar las huellas.

Brenda Micaela Gordillo, de 24 años, fue asesinada por su pareja, Naim Vera, en Catamarca, Argentina, solo porque estaba embarazada. Para que nadie descubriera el crimen, asó los restos de Brenda en la parrilla.

Nicole Saavedra, lesbiana, se enteró en Limache, Chile. Tenía 23 años cuando Víctor Pulgar la secuestró, violó, torturó y asesinó, viviendo en la impunidad durante más de tres años gracias a la indiferencia y negligencia judicial.

Ámbar Cornejo lo aprendió en Villa Alemana, Chile. Tenía 16 años y la pareja de su madre, Hugo Bustamante, violó, asesinó y descuartizó su cuerpo para luego enterrarlo debajo de la casa; un hombre que previamente había asesinado a otra mujer y a su hijo. Sin embargo, la Justicia lo dejó en libertad 17 años antes de cumplir esa primera condena.

Todas las mujeres del mundo lo sabemos, porque no andamos tranquilas por las calles. Porque si nos violan, nos señalan como culpables. Porque los sistemas de justicia son inoperantes y las precarias medidas de protección que ofrecen frente a un agresor nunca son suficientes. Porque los candidatos a presidir Gobiernos se llenan la boca de consignas sobre la igualdad, pero no proponen soluciones de Estado para prevenir los feminicidios.

Porque es mentira que nos protejan. Porque es mentira que nos quieran vivos. Esto lo vemos cuando rechazan la educación sexual integral. Vemos esto cuando rechazan el cambio sociocultural y político que necesitamos para abolir la opresión y la violencia de género.

Nos roban todo menos la ira, y nuestra ira los inquieta. Quieren que nos quedemos en nuestras casas como si nada. Les molesta que salgamos con los ojos vendados, vestidos con ropa ligera, nocturna y sugerente para cantar que ellos son los violadores. Pero no nos cansamos de gritar. Hasta que esa ira se convierte en revolución. Y se sienten insultados, enfurecidos, cuando ven que estamos cansados ​​de esperar cambios en sus políticas y que nos organizamos de manera independiente y autogestionaria. Les insulta que confiemos en las organizaciones y grupos feministas y no en sus instituciones patriarcales y coloniales. Se sienten insultados de que recurramos a ellos cuando somos víctimas de violencia, o que abortemos juntas en nuestras casas; ilegal, clandestino. Hierven por dentro que nos cagamos en sus políticas de Estado, porque no nos cuida la policía, nos cuidan los amigos.

Todas las mujeres que mencionamos han muerto o han sido juzgadas en los últimos dos años y son solo ejemplos de la barbarie que atraviesa este sistema; Cifras que la sociedad patriarcal se niega a retener, porque no es difícil de leer si solo miramos el año 2019. México: 916 muertos. Perú: 168 feminicidios. Brasil: 1.314. En Honduras, 55 mujeres fueron asesinadas en los primeros seis meses de confinamiento por covid-19.

¿Quieres hablar de un virus que se propaga sin cura? Nos están matando.

Lo descubrió Ingrid Escamilla, una mexicana de 25 años que fue asesinada y despellejada por su pareja, Érick Robledo. Su cuerpo mutilado fue expuesto en los medios y un video con la denuncia de su feminicidio ayudó a victimizarlo. La prensa aún no ha aprendido a informar cómo nos asesinan. Las fotos deshonraron aún más su partida y otros hombres se tomaron la molestia de postear debajo de las imágenes de su cuerpo mutilado: “Qué hermoso odio consumado, qué belleza de imágenes, qué delicia de asesinato”.

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traducción de El País.

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